Con la intención de desmitificar la tecnología como la “salvación” del hombre contemporáneo, el artista mexicano Fernando Palma y el parisino Malachi Farell crearon una suerte de laboratorio de mecatrónica, el cual denota las limitantes de las herramientas técnicas frente a la ignorancia del ser humano sobre su propio entorno.
Farell, quien trabaja con tecnología y arte, realizó una breve estancia en Milpa Alta, delegación de la que es originario Palma, para reflexionar sobre sus problemas sociales, políticos, económicos y ecológicos; y partir de la reflexión del lugar también para revisar “la dicotomía del hombre al servicio de la tecnología o la tecnología al servicio del hombre”.
La instalación titulada Coyote y otro coyote (Coyotl huan occe coyotl) que se exhibe en la Galería Metropolitana, de la Universidad Autónoma Metropolitana, es el resultado del proyecto de colaboración; pero no se trata de una exhibición tradicional de piezas producidas por cada artista, sino el montaje de una especie de laboratorio que cuestiona esta relación del hombre con la tecnología.
Palma detalló en entrevista que las piezas, construidas con desechos o material casero, hacen referencia, por un lado, a la degradación de la misma delegación, como la pérdida de la lengua original, la acumulación de basura y movimientos migratorios hacia el centro de la ciudad. Pero, a la vez, recalca cómo la tecnología ha modificado los contextos urbanos.
“La electrónica es un espacio donde se comunica todo el mundo; a la electrónica le hemos conferido el poder de resolver todo, y estamos esperando que suceda una cura, un descubrimiento mayor que lo cure todo y en el transcurso de eso somos pocos los que podemos reparar esa maquinaria. Cuando se acabe la tecnología qué haremos, porque la maquinaria se descompone y sólo hay enojo, y la inhabilidad del ser humano para componerlo”, señaló.
Farell añadió que la exposición no es un montaje clásico en el que cada artista muestra su trabajo, sino un diálogo a partir de su mirada y experiencia sobre un solo lugar.
“No es una pregunta, es más bien un mejor entendimiento, pues la exposición son experiencias del intercambio, no es una crítica global sino las experiencias de lo que vemos”, añade.
En ese sentido, para Farrell Milpa Alta funcionó como un punto de proyección de los conflictos sociales de otras urbes, incluso París. Entonces, las reflexiones que plantea sobre la delegación son un eco de lo que ocurre en otras latitudes, como la transición de una zona rural a una urbana, la conservación de sus raíces culturales y las afectaciones ambientales.
“Milpa Alta es un segmento de lo que sucede en otros lugares y nos da una versión de las condiciones; es un ejemplo del trabajo en comunidad, del crecimiento de una sociedad en medio de la urbanidad. Hay temas como la gente que usa el reciclaje, cómo ve a la tecnología como su salvador, la pérdida de lenguaje”, precisó Farell. quien ha expuesto en el Centro Pompidou.
Ambos artistas usan la mecatrónica como medio para producir piezas que activan a través de sensores, los cuales detectan el movimiento del espectador; entonces se escucha a una cazuela replicar un discurso político o se mira el aleteo de unas mariposas hechas con latas de refrescos o se escucha hablar a unos zapatos que cuelgan del techo.
Además de un video, en la sala se montaron las dos mesas de trabajo de los artistas, como una referencia lúdica al uso de la mecánica. “Como es invisible (la tecnología), todo es conceptual, se presenta a la gente como un dios”, concluyó Palma.
Fuente: Excelsior
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